Yo
he nacido del amor, y con amor quiero vivir. Tengo alma para sentir, puedo querer y sufrir. Existen reglas de comportamiento, y
está mi libertad de pensamiento.
Libertad para
sentir la música por mis pestañas o mi piel, sonatas para piano de Beethoven en
Do Mayor o preludios de Chopin.
Libertad para
contemplar el amanecer desde las cumbres lejanas hasta donde mis ojos alcancen,
y mirar a poniente tal veleta imantada,
y decirle adiós al sol, decirle hasta mañana. Libertad para danzar con el
viento, a veces con pasos suaves otras
con repiqueteos y alegres movimientos, y siempre, siempre sonriendo.
Son deseos por la
vida que almibaran mis temores, suavizando flaquezas, aflicciones y
sinsabores.
Sé
de normas de cortesía, de hábitos y costumbres adquiridas. Pero no entiendo de
menosprecio ni de aversión legislada... en naciones de oriente tan
desorientadas.
Con
amor y gozo quisiera vivir, pero ¿cómo?
Si hay en este mundo quienes no paran de sufrir.
Manitas
inocentes, luces del mañana, ojitos que se abren al recibir un caramelo a
cambio de nada.
¿Qué
es el miedo para estas débiles conciencias? ¿Quién padece mayor pavor, ellos o
yo? ¿Será quien carece de aspiraciones, quien jamás recibió calor materno o una
simple caricia consoladora de lágrimas, quien no respira aire puro por robarles
árboles y nubes? ¿Quién tiene más miedo? ¿ellos o yo?
Miedo,
la involución del ser humano en la sociedad, la misma educación. No puedo
hablar de ello sin tener presente estos infantes sin infancia y su situación.
Guerras,
enfermedades, seísmos, diluvios, hambre, mucha hambre. Piececitos descalzos
resquebrajados de durezas. ¿Conocen de zapatitos con lazos de alta costura,
botines de deporte y balones de piel cosidos a mano? ¿Qué saben del cariño los
mancillados por proxenetas y pederastas? ¿Acaso no hay lamentos, gritos y
brazos alzados que digan ¡basta!?
Yo
he nacido del amor, y con amor quiero vivir. Sueño con verles jugar, sueño con verles sonreír.